Opinión

Entre el terror y la fiesta

La última dictadura militar dejó una herida imborrable en la sociedad. Una investigadora del CONICET analiza las herramientas elaboradas por un grupo de artistas en la década del ‘80 para superarla. 

¿Cómo escapar de la tristeza profunda, cómo combatir la sensación de pérdida, cómo encontrar un refugio que permita respirar aire fresco ante una tremenda sensación de asfixia social o, parafraseando al icónico grupo musical Virus, cómo salir del agujero interior? “En los ’80 se realizaron una serie de acciones contraculturales que apostaron a desarrollar encuentros festivos y lugares de trabajo conjunto. Fueron espacios que se ubicaron por fuera de los circuitos oficiales del campo del arte, que funcionaron como islas de bienestar en las que participaron músicos, artistas, poetas y actores. De un modo muy vital e inédito, esos artistas desplegaron  una estética relacional que apuntó a recuperar la sociabilidad y la
confianza en años donde los vínculos entre los ciudadanos estaban realmente muy fragmentados y la sociedad muy atomizada”, explica la investigadora asistente del CONICET del Instituto Gino Germani, Daniela Lucena.

La científica es una de las autoras del libro “Modo Mata Moda”, en el que artistas que se destacaron durante la década del ‘80 en la ciudad de Buenos Aires, como Daniel Melero, Katja Alemann y Carlos ‘Indio’ Solari, entre otros, dan testimonio de sus experiencias como parte de una generación que impulsó un  movimiento cultural muy novedoso y revulsivo  durante e inmediatamente después del gobierno de facto iniciado en 1976.

“Muchos espacios y grupos surgieron durante los últimos años de la dictadura, como por ejemplo el Café Nexor y el taller La Zona del artista plástico Rafael Bueno, el bar Einstein de Omar Chabán y Katja Alemann o bandas como Los Redonditos de Ricota o Virus, por nombrar
algunas de las más conocidas. Luego del ‘83, durante la llamada primavera democrática, se multiplicaron este tipo  iniciativas contraculturales que pueden ser leídas como una suerte de resistencia, en contrapunto con los efectos del terror dictatorial sobre los cuerpos y los vínculos sociales”, afirma Lucena.

Una de las respuestas que la científica destacó durante las entrevistas que realizó para la publicación del libro fue la frase de Carlos “Indio” Solari que en plena dictadura afirmaba que la misión de su grupo Patricio Rey y los Redonditos de Ricota  era “proteger el estado de ánimo”. El cantante repite una oración similar en la canción ‘Ya nadie va a escuchar tu remera’: “Un último secuestro no, el de tu estado de ánimo”.

dictadura

“La experiencia estética era entonces utilizada como un resguardo, como un deseo de protección y resistenciay a la vez como potencia. Los afectos tristes, tal como los pensó el filósofo Spinoza, nos debilitan y nos quitan la potencia de actuar. Los afectos alegres, en cambio, nos ponen en movimiento, nos impulsan hacia la acción. Y eso no es poco, y puede ser muy político en ciertos contextos sociohistóricos. Virus es un caso muy interesante: hay que salir del agujero interior es una frase que se dirige en esta misma dirección. Federico Moura, primer vocalista del grupo, fue pionero en levantar las butacas de los teatros donde
se hacían los recitales de rock, para que los jóvenes pudieran bailar y moverse en libertad.
Fue muy disruptivo, en esos años donde el miedo y la parálisis permeaban las relaciones sociales, la apuesta por crear una comunidad política desde la alegría y el placer, por fuera de la tristeza o la inacción”, relata.

La investigadora asegura que ese pasaje entre el final del gobierno de facto y la llegada del Gobierno democrático de Raúl Alfonsín no marcó un final automático del miedo como forma de relación social.

“La dictadura dispersó el terror dentro y fuera de los campos clandestinos de detención y toda la sociedad sufrió los efectos paralizantes del miedo y la represión durante años. Esos efectos no se terminaron en 1983, aunque es innegable que con la democracia las libertades y los derechos fueron en progresión y en este sentido se multiplicaron las experimentaciones estéticas donde el cuerpo jugó un rol central”, argumenta Lucena.

Por Alejandro Cannizzaro

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