La infantilización de las personas con discapacidad, el desaliento a sus proyectos de procrear, la toma de decisiones sobre sus cuerpos de forma inconsulta y la inaccesibilidad a los centros de salud son sólo algunos de los obstáculos con los que se enfrentan.
Los derechos de las personas con discapacidad a una vida sexual plena, a maternar y paternar si así lo deciden, deben ser revalidados con cada paso que dan para disfrutar de su sexualidad y tener hijas e hijos, según testimonios recogidos por esta agencia.
Este 3 de diciembre es el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, declarado en 1992 por la Asamblea General de las Naciones Unidas para promover sus derechos.
“Cuando intenté hacer el tratamiento de fertilidad, recuerdo que la médica me preguntó: ‘¿Y vos para qué querés tener un bebé si no ves bien?’”, dijo a Télam la bonaerense Emiliana Bello (41) que convive con una baja visión que le impide leer o caminar sin bastón.
La infantilización de las personas con discapacidad, el desaliento a sus proyectos de procrear, la toma de decisiones sobre sus cuerpos de forma inconsulta y la inaccesibilidad a los centros de salud son sólo algunos de los obstáculos con los que todavía hoy se enfrentan.
Y como estos escollos afectan desproporcionadamente a las mujeres, el pasado 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se lanzó #SomosDeSeAr.
Se trata de una campaña audiovisual liderada por mujeres con discapacidad de todo el país que reclaman el fin de las distintas formas de violencia que les impiden ejercer sus derechos sexuales y reproductivos.
Esta iniciativa conjunta de FUSA Asociación Civil y la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), concluirá este jueves, en coincidencia con el Día Internacional de las Personas con Discapacidad.
“Cuando me dieron mi diagnóstico de esclerosis múltiple Irene tenía 10 años y recuerdo que lo primero que pregunté es ‘¿puedo cuidar a mi hija?’ porque todavía no sabía que yo podía decidir por mí”, explicó la villamariense Cristina Goupillaut (62) haciendo referencia también a las barreras internas que construye una sociedad no inclusiva.
Los comentarios desafortunados y las preguntas innecesarias en relación a la sexualidad y la vida amorosa suelen hacerse presentes desde la pubertad, tanto en ambientes familiares como médicos, al punto que las esterilizaciones forzadas parecen una “buena opción”, un embarazo hace sospechar una violación y una pareja mixta, un acto altruista.
“Cuando estaba embarazada recuerdo que me decían ‘¡qué bien que vas a tener un hijo, te va a salvar, va a ser tu bastón!’”, contó a Télam la cordobesa Noelia Torres (41), que formó una familia con un hombre también ciego, y sus hijos de tres y siete años.
Por esa época también le tocó escuchar que alguien le diga: “¡Me imagino que el padre se habrá hecho cargo!”, descontando que no podía ser un embarazo buscado si se trataba de una mujer con discapacidad visual.
“La familia juega un papel importantísimo en la no sexualidad de sus hijes. A eso sumale la sociedad que en general dice ‘con un discapacitado no’. La persona sin discapacidad no está preparada (para relacionarse sexoafectivamente con una persona con discapacidad) y si lo está, pasa a ser un salvador o un héroe”, reflexionó Goupillaut, que es usuaria de silla de ruedas.
“A mí me han preguntado, ‘¿tu marido ve?’ Se asombran cuando digo que sí, y me dicen: ‘¡qué genio!’ como si estuviera haciendo caridad. Incluso para algunas madres es como un príncipe azul que aparece para rescatarte de no sé qué”, agregó Bello.
“No sólo se glorifica a la persona sin discapacidad, sino que las personas con discapacidad sienten que no pueden exigir nada y estar eternamente agradecidas porque alguien las desea, y eso hace que muchos se banquen situaciones que no están buenas”, comentó a Télam la activista cordobesa Rosario Perazolo (23).
Preocupada por desdramatizar y naturalizar la discapacidad, Perazolo es autora del texto “Instrucciones para levantar un cuerpo”, donde contó en primera persona cómo suele ayudar a sus parejas sexuales en su primera vez con una persona con una corporalidad diferente.
Perazolo consideró que “los mayores desafíos” de su vida amorosa no se juegan en una cama “sino en las relaciones afectivas”, porque “el sexo, más allá de las limitaciones de cada persona, se consigue, se paga, y a veces ni siquiera necesitas de otra persona”.
“Porque una cosa es tener una relación sexual con una persona en tu casa, en tu cuarto, donde nadie se entera, y otra cosa es mantener un vínculo con todo lo que implica emocional y socialmente”, reseñó.
El otro escollo es la arquitectura de los centros de salud: faltan rampas, los mensajes por altoparlante no tienen en cuenta a las personas sordas y las pantallas ignoran a las ciegas; las camillas y otros equipamientos no están pensados para otras corporalidades o tamaños.
“Yo hace 10 años que no me hago estudios ginecológicos porque no me siento a gusto, me humilla y me violenta la falta de accesibilidad y la escasa predisposición de los profesionales”, confió Goupillaut.
Una experiencia muy diferente tuvo Torres, porque su médico hace dobleces en los estudios que le solicita para que ella pueda identificarlos al tacto.
Por otro lado, los prejuicios de los profesionales de la salud también pueden llevar a equivocar un diagnóstico.
“Hace poco fui a una guardia porque tenía náuseas y dolor de panza, y nunca me preguntaron si podía ser un embarazo. Otra vez me consultaron si tomaba alguna medicación, y cuando dije ‘anticonceptivos’ me respondieron ‘¿para qué?’”, compartió Perazolo, que es codirectora y coguionista de la serie “Metro veinte” sobre sexualidad y discapacidad que está a punto de estrenarse.