Un oficial que participó de la operación revela cómo los Mirage volaron en silencio de radio y con la escarapela argentina recién pintada hasta Jujuy. Los pilotos peruanos se ofrecieron como voluntarios para combatir en el Atlántico Sur.
En silencio de radio, con la escarapela argentina recién pintada, con el combustible justo y volando a 33 mil pies de altura, diez aviones de combate Mirage y un Hércules peruanos llegaron en secreto entre el 6 de junio de 1982 a Jujuy para reforzar a la Fuerza Aérea Argentina.
A esa altura de la guerra de Malvinas, prácticamente se había quedado sin cazas. Las naves peruanas habían despegado de la base de la Fuerza Aérea Peruana en La Joya. Tenían adosados tanques de combustibles extras para poder volar durante más de tres horas y sin pedir permiso de radio a nadie para mantener la reserva de la operación.
“Los peruanos bajaron de sus aviones y nos confundimos en un abrazo”, contó a Clarín el comodoro retirado y héroe de Malvinas Luis Puga quien había viajado en secreto a San Salvador de Jujuy para recibirlos.
Los peruanos habían volado más de 1.500 kilómetros sin ningún tipo de comunicación para no ser captados por los radares de Chile ubicados en Antofagasta e Iquique, que le pasaba información de inteligencia a Gran Bretaña.
Los argentinos encabezados por Puga -quien 13 días atrás se había eyectado de su M 5 Dagger al ser impactado por un misil norteamericano Sidewinder lanzado por un avión británico Sea Harrier en la batalla de San Carlos- invitaron a los peruanos a almorzar. Querían que los Mirage estuvieron alistados pronto para entrar en combate.
Puga había regresado unos días antes de Malvinas y dado una charla en el edificio Cóndor sobre la situación de la guerra aérea. Al salir le dieron una orden secreta en un sobre que solo le indicaba que esa noche debía tomar un avión de Austral con destino a Jujuy.
En el aeropuerto jujeño, un coronel del Ejército le reveló que estaban “esperando aviones peruanos”. Nada más.
Unas horas después fueron aterrizando uno a uno, con retraso. Puga estaba emocionado porque uno de los Mirage peruano tenía el número de matrícula del avión en que había caído en el Atlántico Sur para mantener el secreto de la ayuda peruana.
La Fuerza Aérea Argentina había pedido once Dagger y cinco de sus pilotos en los últimos días. Los Dagger son la versión israelí de los Mirage franceses.
Sin embargo, un suboficial mecánico “me reportó que el combustible que usaban los peruanos era diferente al nuestro” y se retrasó la operación hasta que se consiguió el mismo, recordó Puga.
Los Mirage llegaron uno atrás de otro en distintas cuadrillas.
En el almuerzo, el teniente peruano Gonzalo Tueros y sus colegas se ofrecieron como voluntarios a ir a combatir a Malvinas sin uniforme peruano.
“Le explicamos que si eran descubiertos Gran Bretaña iba a considerar a Perú su enemigo y, además, iba a ser sancionado por violar el embargo de armas que había contra la Argentina”, recordó Puga a Clarín. Recién cuando llegó la negativa del jefe de la Fuerza Aérea Peruana se descartó esa posibilidad.
Un documento interno de la Fuerza Aérea Argentina al que accedió Clarín precisa que los pilotos peruanos que participaron de la operación secreta fueron Pedro Seabra Pinedo, Augusto Mengoni Vicente, César Gallo Lale, Gonzalo Tueros Mannareli, Milenko Vojvodic Vargas, Ramiro Lanao Márquez, Rubén Mimbela Velarde, Pedro Avila y Tello, Mario Núñez Del Arco y Marco Carranza Correa.
Este diario presentó un pedido de acceso a la información pública a la Fuerza Aérea que contestó que “no hay ningun registro oficial” de la operación por su carácter secreto.
Sin embargo, un informe del especialista Jorge Nuñez Padín y otros revela que la compra había sido acordada con Perú “el 14 de diciembre de 1981 por 55 millones de dólares”. La compra iba a concretarse ser a fines de 1982 pero Perú, corriendo graves riesgos, adelantó la entrega.
A pesar de que el entonces titular de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, intentó mediar entre el dictador Leopoldo Galtieri y la primer ministro británica Margaret Thatcher, el presidente del Perú Fernando Belaúnde Terry decidió asumir riesgos y entregarlos antes en el marco de esta operación secreta.
Desde Jujuy, donde habían llegado del 6 de junio de 1982 para reabastecerse de combustible, debían seguir volando los Mirage hasta que llegaran a la base de la Fuerza Aérea en Tandil.
Pero el Hércules peruano también tenía que ir a la base de Tandil. El Hércules traía repuestos y una docena de misiles AS-30. Se le dio una matrícula de un avión civil de Aeroperú para sus comunicaciones radioeléctricas.
“Entonces, se decidió que simular un pedido de aterrizaje de emergencia a la torre del aeropuerto de Ezeiza sin pedir aeropuerto de alternativa”, recordó el comodoro Jorge Reta entrevistado por Clarín. Se la dieron y así no se levantó ninguna sospecha.
El mismo 6 de junio los pilotos y técnicos peruanos (35 en total) se abrazaron con los argentinos volvieron a su país en el Hércules en forma inmediata para no despertar sospechas. Estuvieron no menos de media hora.
Al día siguiente en Tandil se empezó a adiestrar a los pilotos argentinos y a poner a punto a los aviones para tratar de enviarlos, lo más pronto posible, a la base de San Julián, en Santa Cruz. Rápidamente, fueron desplegados en la Patagonia.
Pero la rendición fue el 14 de junio y los Mirage peruanos no entraron en combate aunque reforzaron la seguridad aérea de la Patagonia.
Pese a este gesto de Perú, en 1995 durante el gobierno del ex presidente Carlos Menem se triangularon 5 mil fusiles FAL y 75 toneladas de municiones a Ecuador durante la guerra por la Cordillera del Cóndor.
Recién en el 2019, el embajador de Juntos por el Cambio en Perú, Jorge Yoma, condecoró a los pilotos peruanos que trajeron los Mirage para saldar esa herida.
Por Daniel Santoro para Clarín