El investigador del CONICET Juan Emilio Sala estudia y describe un nuevo paradigma de los sistemas socio-ecológicos.
A veces, hacerse una pregunta es, para algunos investigadores, parte de su trabajo. Otras veces, es cambiarlo todo. ¿Por qué grandes investigaciones que indagan sobre la conservación del ambiente tienen poco o ningún impacto en la política pública? Esta pregunta llevó al investigador adjunto del Instituto de Biología de Organismos Marinos (IBIOMAR-CONICET), Juan Emilio Sala, a adentrarse y revisar, en términos filosóficos e históricos, las formas, las miradas y los métodos que caracterizan a la ciencia moderna occidental.
“Hasta aquí, la conservación y los enfoques de gestión tradicionales, como espacios destinados a salvaguardar especies y ecosistemas, no han resultado efectivos. Por ejemplo, la tasa de extinción de especies se ha acelerado de manera exponencial a lo largo del tiempo. Por eso es cada vez más necesario ver, a partir de nuevos enfoques, cómo hacer que nuestras investigaciones no solamente informen, describan o alerten sobre un problema determinado, sino que efectivamente, sean parte de la solución. Para esto, la perspectiva de los sistemas socio-ecológicos cuestiona y analiza las maneras en la que los humanos se relacionan entre sí y con el ambiente, y concibe al conocimiento científico y no científico como igualmente necesarios a la hora de pensar soluciones concretas a las demandas socio-ambientales”, explica.
Para el investigador, desde la mirada tradicional, la conservación pone el foco en “cosas”, entidades: un árbol, un pingüino, una especie por sobre otra. Cuando se trabaja con socio-ecosistemas, lo que se jerarquiza son las relaciones entre las cosas. Afirma que tras los incendios en el Amazonas, que durante el mes de agosto arrasaron 2,5 millones de hectáreas, no solo perecieron especies, territorio, miles de animales y plantas; sino vínculos, lazos.
“Estamos habituados a trabajar bajo las reglas de un modelo hegemónico en ciencia que sostiene que en el mundo sólo hay `cosas`, y no prestamos la misma atención a los vínculos. Si lo que se conservan son cosas, ¿cómo medimos cuáles son más importantes? ¿Qué parámetros utilizamos a la hora de pensar, por ejemplo, qué animales debemos proteger? ¿Los más lindos? ¿Los que más beneficios económicos arrojan? El ambiente y los seres humanos no se pueden pensar como entidades separadas. Constituimos una unidad dialéctica. Hay una indisolubilidad en la actitud humana respecto al ambiente que hace que todo se encuentre interconectado. Verlo -y aprehenderlo- es importante porque permite cuidar las relaciones que entrelazan a las diferentes especies que habitamos un mismo espacio, nuestra casa común”, describe el científico.
Según se afirma en la investigación publicada en la Revista Ecosystems and People, el paradigma de los sistemas socio-ecológicos intenta pensar, además, la conservación desde un abordaje holístico.
“Los investigadores de las Ciencias Naturales fuimos formados desde lo académico, pensando la ciencia desde un sólo lugar y enfocados en llevarla adelante a partir de un cuasi único gran método, el cartesiano: descuartizar para conocer. Pero no hay una única forma de hacer ciencia y menos aún una única manera de mirar y comprender el mundo en el que vivimos. Por eso, son una multiplicidad de saberes los que deben sentarse en la misma mesa, deben integrarse los conocimientos de científicos de diferentes disciplinas, los que tienen los sectores empresarios, los de los funcionarios de gobierno y, por supuesto, los saberes de las poblaciones que se encuentran implicadas en la situación que se esté revisando, si lo que queremos es resolver un problema de conservación socio-ambiental determinado”, explica.
Según el investigador, desarmar algunos de los preceptos enraizados en el modo tradicional de hacer ciencia, permitirá allanar el camino para avanzar hacia otra ciencia más preparada para las políticas públicas.
“Desde el nacimiento de la ciencia moderna, creemos que el investigador debe pensar hipótesis o leyes universales. Una misma respuesta que pueda aplicarse tanto en Patagonia como en cualquier rincón de Europa. Pero cada sitio tiene su identidad, singularidad y la idiosincrasia de quienes lo habitan. Por eso desde el enfoque de los sistemas socio-ecológicos, la planificación de cualquier proyecto se piensa en conjunto con los pobladores, para que el impacto de la política transforme el ambiente a favor de las personas que allí viven y no al revés”, asegura.
Sala afirma que este nuevo enfoque que acerca esferas que parecían distanciadas entre sí, como la de la ciencia y la política, impulsa conceptos que provienen desde la filosofía, que ayudan a la integración y a la participación. Ve al concepto aristotélico de eudaimonía, como una guía al momento de pensar en términos éticos, los objetivos de la ciencia de la conservación. La definición hace referencia a vivir bien y hacerlo bien “y para lograrlo debemos participar activamente, integrando y compartiendo conocimientos”, concluye.