Advertencia al lector/a: el presente texto invita a la reflexión mediante un relato, por lo que algunas de las citas deben ser interpretadas en ese sentido.
Una mañana fría como ésta ocurría, hace 64 años el fusilamiento del general Valle, sin juicio ni testigos sólo sus compañeros de lucha y las ametralladoras del Ejército Nacional Argentino.
Era 1956 y Argentina sufría otro golpe de Estado, solución común para aquellos que les disgustaba la expresión de la voluntad popular. Una Argentina en la que el consenso de cómo gobernarse se resquebrajaba cada vez que se nombraba a Juan Domingo Perón. Líder de un partido y una mente que como pocas, logró conocer las distintas vibraciones del carácter argentino, se encontraba exiliado rumeando entre Centroamérica hasta tener su morada definitiva en la España de Franco, asolada por fantasmas del medioevo, pero también por el interés de las potencias vencedoras en la conformación de un nuevo mundo de posguerra.
Revolución Libertadora decían las proclamas revolucionarias en las distintas radios del país, como si bastara enunciarlo para que se volviera realidad, porque la libertad nunca se basó en proscripciones a la opinión de la mayoría, las libertades para algunos en desmedro de muchos tienen otro nombre: privilegios.
Claro sí unos podrán argumentar, con mayor o menor razón, que los hechos sucedidos en torno a 1955, también en junio donde la violencia fue protagonista en la escena capitalina. Vidas y edificios destruidos, algunos buscarían reconfortarse en esa verdad a medias, en la que se olvida quiénes son sus victimarios. Hacía casi un año que aviones de la marina bombardearon impunemente la Casa Rosada y sus alrededores, su objetivo asesinar al presidente, el desenlace la masacre de 300 civiles, algunos de ellos niños que salían de las escuelas. ¿Cuánto odio es posible albergar para bombardear al propio pueblo? Ese día no se inmolaron divisiones de infantería, sino más bien, niños de los jardines de infantes y no caían grandes líderes de movimientos sindicales, sino obreros anónimos, constructores de grandes obras que pese a su escudo de convicciones políticas fueron presa fácil del fuego de metralla.
Es en este contexto donde Valle y sus compañeros hacen su aparición, la impotencia como motor y tristemente como resultado. Corría el año 1956, el gobierno revolucionario se despojaba de Lonardi, aquel que buscó resignificar la frase “Ni vencedores ni vencidos” dicen que esta frase le saco una sonrisa sarcástica a Valle: “Claro, siempre y cuando lo diga el vencedor”, exclamaba. Valle como buen militar conocía la recomposición de las fuerzas del gobierno, Lonardi vencedor, vencido por la intolerancia y el odio fue reemplazado por Pedro Eugenio Aramburu, abriendo una nueva etapa que retiraba cualquier conciliación y los vencedores harían sentir toda la presión de sus flamantes botas.
Enfrentó una dura encrucijada, debía dar hasta su vida por una causa despuesta pero igualmente viva. Porque las ideas son a prueba de balas y si se comparten también lo son a prueba del tiempo, que a la larga o a la corta, puede más que los tanques y las bombas.
Juan José Valle era para aquel entonces un militar de carrera que veía como la tenebrosa bruma de la dictadura de 1955 avanzaba y destruía las conquistas sociales del gobierno peronista. Más preocupado por los demás que por sí mismo buscó amigos, confidentes y compañeros de armas para iniciar una revolución, o mejor dicho la contrarrevolución, ya que no proponía nada nuevo sino volver al orden anterior, en el cual las oportunidades de progreso estaban abiertas a toda la población y no reducidas solamente a un grupo selecto. ¿Acaso en su juventud había tenido un enfrentamiento con el positivismo?[1] Sus biógrafos no hallaron ninguna gran disputa intelectual, sino que, sin leerlo, comprendió las palabras de Walter Benjamin[2] quien concebía que con el progreso acumulado no se registraba la barbarie que lo sustentaba.
Ahí estaba todo, la fábrica de Vasena y los episodios de la Semana Trágica o el reclamo de los peones rurales del extremo sur patagónico fusilados bajo la ley que impone el latifundio. En fin, muchas batallas anteriores confluían en el cuerpo de Valle, también en lo mas recóndito de su mente, así escribía a su esposa: “Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos; y como argentino derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos, no sólo de minorías privilegiadas”[3]
El alzamiento tuvo lugar entre el 9 y de 10 junio de 1956. Las proclamas ya eran conocidas: la vuelta de la democracia para un pueblo cada vez más consiente de sus derechos. El alzamiento ya había nacido muerto y de él en vez de héroes nacían mártires. Dicen que las traiciones se dan entre gallos y medianoches y que el movimiento de Valle fue entregado con anterioridad a las fuerzas de Aramburu, que sabía aproximadamente cuándo, sin previo aviso y con la sutileza propia del derecho de las bestias eran detenidos el 8 de junio líderes sindicales. ¿Por qué Valle no se detuvo, si la base social que lo sostenía se diluía? Quizá había que volver a la metáfora de la rana que muere junto con el escorpión cruzando el río, ella advierte que el escorpión la picaría y ambos morirían, pero decide intentar quebrar esa naturaleza. ¿Valle entonces es como una rana? Si, en lo que se refiere a la entrega total por una causa con o sin éxito; los laureles no iban para él, la victoria era para el resto.
La revolución se hundió en la mitad del río y los valientes conjurados fueron detenidos. Su vida corría peligro ya que Aramburu sin más derecho que el otorgado por juntar bayonetas promulgó por decreto, la ley marcial. Valle decide entregarse a cambio de frenar la represión sobre su movimiento, se hace responsable de toda la acción salvando la vida de muchos. Pero este perdón no llegó a los civiles que era fusilados en un basural de José León Suarez, con una bestialidad tecnificada, esa que los animales no conocen.
Valle es juzgado y sentenciado a muerte. Junto a él yacen a manera del Evangelio cristiano, dos de sus compañeros, no son condenados por el pueblo sino por el Pilatos de la Fusiladora. Algunos relatos de aquel fatídico día comentaban las presuntas palabras de Valle, recordando a Cabral: “Muero contento, hemos batido al enemigo” Ellos no lo comprendían ya que era Valle al que apuntaban las metralletas. Hay algo de eso que siempre me pareció ingenioso, Valle hablaba de algo más que sus captores no supieron ver, marcaba la entrega de su vida en pos de un mundo mejor, no para él ni para su familia sino para su pueblo. Precursor de la idea de que “no se puede ser feliz solo” y continuador de “dar la vida por los amigos” Valle entraba a la historia al comprender que cuando uno se la juega por los demás la familia se amplía, todos y todas se vuelen hermanos y hermanas.
Hoy recordemos a Valle por lo que fue y por lo que dejó: un ideal de un futuro y una consigna ya usada por Sarmiento: “Las ideas no se matan”, me gusta más la idea de Valle: “Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria.”[4]
[1] Corriente del pensamiento social creada por Augusto Comte en el siglo XVII se basaba en la evolución de la humanidad en etapas el progreso indefinido por medio de la ciencia y la técnica.
[2] Walter Benjamin (1892-1940) pensador de origen judeo-alemán, gran critico de la modernidad y el progreso. Obra sugerida: “ Las tesis sobre la historia”
[3] https://www.elhistoriador.com.ar/carta-del-general-valle-al-general-aramburu-antes-de-ser-fusilado/
[4] https://www.elhistoriador.com.ar/carta-del-general-valle-al-general-aramburu-antes-de-ser-fusilado/
Federico Emilio Calvo
Docente y estudiante
fede.calvo1995@hotmail.com