Desde que comenzó la pandemia diversos estudios a nivel global señalaron que el aislamiento tiene un mayor impacto en la salud mental de las mujeres. Según los especialistas, la Argentina no es ajena a esta tendencia.
Las mujeres y las personas con identidades feminizadas constituyen uno de los grupos con más posibilidades de sufrir consecuencias emocionales o psíquicas por el aislamiento producto de la pandemia, según dieron cuenta una serie de estudios internacionales difundidos en las últimas semanas. Especialistas consultados por Télam han verificado esta tendencia entre las argentinas.
A mediados de julio, ONU Mujeres dio a conocer un estudio realizado en 11 países de Asia según el cual la pandemia estaba afectando la economía y la salud mental de las mujeres. En base a encuestas, la agencia de las Naciones Unidas para la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres dio cuenta de que un 70 por ciento de la población femenina de Afganistán, Bangladesh, Camboya, Filipinas, Indonesia, Islas Salomón, Nepal, Maldivas, Pakistán, Filipinas, Samoa y Tailandia manifestó haber sufrido alguna clase de trastorno psíquico, frente al 52% de los hombres.
Simultáneamente, en América Latina se difundieron estudios que arrojaban resultados similares. A fines de agosto, el Termómetro de la Salud Mental en Chile -realizado por el Centro de Estudios de la Universidad Católica- definió que las mujeres integran el grupo que acusa mayor impacto de la pandemia en su psiquis, seguidas personas jóvenes, separadas por los jóvenes, los que están separados y quienes viven en departamentos sin patio o jardín. Ante una pregunta concreta sobre si lograban concentrarse menos durante la pandemia que en la época previa, el 36,3% de los hombres respondió afirmativamente, mientras que en las mujeres la proporción subió al 50,7%.
Por la misma época, un estudio realizado por la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local de El Salvador junto a otras organizaciones mostraba que el 68,1% de las mujeres entrevistadas manifestó tener estrés; el 51,9% dijo sentir tristeza; el 49,4% confesó angustia; el 26,9% experimentó ansiedad; el 19.3% irritabilidad y el 11%, ira.
En la Argentina está en marcha la encuesta sobre el “Impacto del Covid-19 en la vida de las mujeres”. La iniciativa, liderada por un equipo de la Universidad de San Martín (Unsam) e impulsado por el Conicet y los ministerios de Ciencia y de Mujeres, busca documentar la brecha económica, la precariedad laboral y el reparto inequitativo de tareas domésticas y de cuidado entre hombres y mujeres. Pero no indaga en las consecuencias de esa disparidad: el deterioro de la salud mental.
Las especialistas consultadas por Télam coinciden en confirmar esta situación. “Creo que el grupo de las mujeres es uno de los grupos cuya salud mental se ve más perjudicado por la pandemia junto con todas aquellas personas que tienen identidades feminizadas”, asegura Belén Casas, psicoanalista y socióloga de la Red de Psicólogas Feministas.
“Lo que notamos es que hay más ansiedad, más angustia. Sucede que se multiplican las tareas y las jornadas. Hay trabajos de cuidados invisibilizados y una sobrecarga en las mujeres y en las identidades feminizadas”, agrega Silvana Pallestrini, coordinadora de Género y Diversidad Sexual del Hospital Posadas, la primera que funciona en un hospital público. Para Casas, este último caso se trata de un grupo aún más vulnerable: “El impacto es el mismo pero se agrega la falta de acceso a las redes de apoyo de la sociedad y quedan sin lazos cercanos ya que estas identidades feminizadas están vulnerabilizadas por la discriminación social”.
A la hora de explicar los perjuicios que la pandemia trae a la salud mental de las mujeres, las especialistas mencionan en primer lugar al aumento de la violencia doméstica. “La actual falta de conexión social ha aumentado las situaciones de violencia doméstica, se han incrementado en grandes porcentajes. La casa tampoco es un lugar seguro para las mujeres. La multiplicación de los femicidios y los pedidos de ayuda por abusos sexuales que se han dado en nuestro país, así lo demuestran”, analiza la psicóloga, diplomada en género, sociedad y políticas públicas Gabriela Inés Raimundo, y asegura que debido a las interrupciones de los servicios de asistencia a la víctima y el aislamiento de las mujeres, se subestima el alcance real de la violencia de género.
“Cuanto más vulnerable es la población, mayor es el incremento de los trastornos emocionales. Estamos frente a una crisis de salud mental sin precedentes en nuestra región, en la cual las enfermedades mentales ya eran una pandemia silenciosa”, asegura la especialista.
Entre las causas de esta situación, Casas apunta a la informalidad laboral: las mujeres “están sujetas a mayor riesgo de pérdidas de trabajos formales”, pero además “las estructuras de cuidado también recaen sobre ellas, con las escuelas, las guarderías y los geriátricos cerrados, e incluso la actividad doméstica suspendida”.
“Somos las mujeres las que estamos más expuestas a ser las que tomamos las licencias que se ofrecen en muchos casos incluso con cese sin goce de sueldo para poder hacer frente a los cuidados y la reproducción de la familia”, grafica.
Por su parte, Raimundo apunta a la inequidad en el reparto de tareas: “El trabajo doméstico y la responsabilidad escolar de los niños y jóvenes en confinamiento, con la educación virtual en las casas, genera aislamiento, no tiene horarios, y deja poco tiempo para la realización de otras actividades. Esta responsabilidad fundamental no es compartida por la gran mayoría de los varones, a pesar de los cambios socioculturales, y eso implica una carga emocional extra para las mujeres”.
Este es el caso de Susana, una secretaria de un centro médico que vive en San Telmo. “Como soy diabética me dejan hacer homeoffice, pero trabajo más horas que mis compañeros que lo hacen de modo presencial. En el medio tengo que hacer la comida y ayudar a los chicos con la tarea. ¡Nunca lavé tantos platos en mi vida como durante este aislamiento”, explica.
Pallestrini suma la informalidad ligada a muchos de los trabajos que desempeñan las mujeres, que hacen que por el aislamiento ellas los hayan perdido o hayan dejado de cobrar. “En la intercepción las mujeres suelen tener trabajos informales, ser pobres, estar sobrecargadas de tareas, estar invisibilizadas, muchas son jefas de hogar”, sintetiza, y recuerda que un mandato como la lactancia materna implica que quien se va a amamantar a su bebé debe contar con alguien que se ocupe de las tareas domésticas y de los otros hijos en ese tiempo.
En el terreno de lo afectivo las expertas señalan “la gestión emocional” que hacen las mujeres y las identidades feminizadas del dolor de la familia. Así lo explica Casas: “No solo tenemos que lidiar en esta situación nosotras con el encierro y el afrontamiento de todos estos riesgos que el encierro implica la crisis económica que trae aparejada la pandemia, sino que también tenemos que hacer ese trabajo psíquico por los niños y por los otros adultos que conviven con nosotros. Muchas veces por los varones”.
Entre las consecuencias de este deterioro en la salud mental de las mujeres, las especialistas mencionan la ansiedad, la angustia, la depresión y el desgano, la sensación de agobio y de no poder con todo. Pero además señalan la pérdida de vínculos sociales, de redes de contención de amigas, familiares, compañeras de trabajo y la pérdida de presencia en el espacio público.
“Las consecuencias son menos espacio psíquico para nosotras, lo que significa menos capacidad de pensar qué nos pasa y así entramos en una sensación de estar en un eterno responder a lo que pasa en el entorno sin poder procesarlo emocionalmente. También está la imposibilidad de hacer duelos, de procesar dolores, porque al estar a cargo de chicos o personas mayores, no podemos permitirnos el dolor”, apunta Casas.
“Para paliar esta situación negativa, es importante buscar apoyo y compañía en nuestras redes sociales: amigos, organizaciones comunitarias de nuestros barrios: asociaciones de mujeres, culturales, artísticas, etcétera. Compartir sentimientos, preocupaciones y deseos con personas que nos ayuden a escucharnos, queremos y valorarnos”, propone Raimundo.
Casas plantea compartir las tareas domésticas y “visibilizar que las mujeres no tienen ninguna preparación específica ni biológica ni psíquica para ser las que hacen la gestión emocional sino que todas las personas varones, mujeres y niñes pueden hacerlo, y expresar sus sentimientos”.
Por su parte Pallestrini explica que desde la Dirección de Género del Posadas promueven el autocuidado: “Tenemos que saber decir hasta dónde podemos y cuándo tenemos que decir no. También buscar un tiempo para nosotras y encontrar una actividad que nos despeje para salir del cuidado y del servicio a los demás”.
Finalmente Casas agrega que, a nivel políticas públicas, deben existir estructuras de contención disponibles durante la pandemia: “La salud mental no es una cuestión individual sino social. No es una tarea de la familia enfrentarse con el desamparo sino de la comunidad”.