Un 19 de noviembre de 1972 ambos dirigentes, históricamente enfrentados, pusieron en marcha un proyecto nacional de unidad para que los dos grandes movimientos populares mayoritarios del país, el peronismo y el radicalismo, construyeran un modelo estable de democracia.
En el lejano 1972, el abrazo significaba diálogo y paz, todo un símbolo de fin de época en el contexto nacional. Significaba que dos políticos que se habían tratado por muchos años como enemigos irreconciliables se reconocían como adversarios democráticos. Significaba un esfuerzo de los dos máximos referentes de la política partidaria nacional por dejar atrás múltiples enfrentamientos en los que el principal perjudicado fue el país.
Con la destitución de Yrigoyen, en 1930, se había iniciado un inagotable ciclo de golpes de Estado. Durante ese ciclo, la democracia fue una constante promesa incumplida, siempre amenazada desde fronteras autoritarias. En ese abrazo, como símbolo, se asomó la democracia real: la política intentaba no regirse más por la lógica de amigos y enemigos, que es, en verdad, la lógica de la guerra y de lo que no es política ni democracia.más allá de las muchas cuestiones puntuales y urgentes que tienen que cambiar en la Argentina, el gran desafío de los años por venir es profundizar la democracia. Es lograr tener una cotidianidad política en la que las diferencias no se quieran eliminar, sino que aprendan a convivir. No hay mejor manera de pedirlo que recordando a Juan Domingo Perón, Ricardo Balbín y aquel famoso abrazo democrático.