Desembarcar en el mercado Covid fue la salida que encontraron muchas pymes para evitar la quiebra. “Llueva o truene, hay gente impermeable”, bromean lxs empresarixs. Pese a la crisis, les simples mortales compramos esos productos como quien compra tranquilidad, salud y distracción. Fabricantes de jacuzzis que crearon el sanitizante a chorro, vuelos low cost con destino a la vacuna en Miami, distanciadores inteligentes que chillan si dos personas se hablan al oído, cajas de delivery que ahora trasladan la Sputnik y el boom de los pijamas lindos. Sólo falta que les farmacéuticos pasen la gorra cada vez -todos los días- que desmienten fake news.
Ella avanza por la góndola de los termómetros, busca uno de esos con rayo infrarrojo, los tiene vistos de los últimos 365 días, de cada vez que entró a un negocio y le midieron la temperatura para testear síntomas del Covid como quien dice buenos días. Pero no, en esta farmacia no quedaron. Revolea al canasto rojo un alcohol en gel en aerosol, lo apila junto a los pack de barbijos negros Nanodak y blancos KN95. Llega al mostrador, pide paracetamol. “La canasta Covid”, piensa el farmacéutico mientras asiente.
La mujer saca rápido las cosas, las despliega.
—Tengo a mi hija con coronavirus en su casa. ¿Necesitaría llevarle algo más? El cosito para medir el oxígeno no hace falta, una amiga que se lo compró por internet lo va a desinfectar y me lo entrega. Y otra consulta, disculpe que lo moleste, ¿tengo que vacunarme contra la gripe? Ya me di la del Covid y tengo miedo de tanta vacuna.
La escena ocurre en una farmacia de la avenida Cabildo, en Belgrano. La Argentina está en el pico de la segunda ola de la pandemia pero es una conversación que en ese lugar se da todos los días desde hace meses, cuenta Claudio Ucchino, director del Colegio de Farmacéuticos y Bioquímicos. Ya no se sorprende (eso fue el invierno pasado) cuando la gente le pregunta si igual se tienen que vacunar contra la gripe. Este año se enoja. “Ponen una fake news en el zócalo de un noticiero y tengo una fila de personas que se acercan a preguntar si la vacuna mata y si recomiendo dióxido de cloro.”
La mujer de la farmacia ya está en la caja. Debe ser una de las pocas clientas que compró decidida, sin pasar un rato extra comparando precios y haciendo cuentas. La “canasta covid” le sale $9480. Consulta si venden los barbijos violetas del CONICET. Cuenta que en el country donde vive su otro hijo, en Benavídez, se pusieron de moda porque dicen que son de calidad. Pero se agotaron los Atom Protect, creados por la pyme textil Kovi en alianza con el CONICET, la UBA y la UNSAM (llevan producidos más de 2 millones, abrieron una nueva planta y sumaron 60 trabajadores).
En la zona de la caja de la farmacia suena la radio; los periodistas hablan de vacunas y patentes. La locutora -única mujer de la mesa, encargada de dar la temperatura y contar los chimentos-, enumera a los famosos que fueron a vacunarse a Estados Unidos. Suena un piiiiip. En el estudio todes se ríen primero y después cuentan que la radio incorporó un dispositivo para medir la pureza del ambiente y están calibrando la configuración.
Lo que la locutora no sabe es que los vuelos a Estados Unidos no sólo son de gente famosa. Hace un año, desde el aeropuerto de San Fernando salían, con suerte, cuatro vuelos por mes a Estados Unidos. Ahora despegan cuatro por semana. Tres razones: 1) La posibilidad de sacar un turno en Estados Unidos para ir a vacunarse contra el Covid, 2) La baja frecuencia de la aviación comercial, 3) El miedo a viajar en un avión común. Contratar un vuelo privado cuesta 98 mil dólares pero ya hay servicios más baratos, en aviones compartidos y más chicos que hacen dos escalas para cargar nafta, cuesta 78 mil dólares. “La nueva modalidad es la sharing economy -cuenta Sebastián Chicou, CEO de Jetsbooking-. Me llaman las agencias y me piden asientos, como en la modalidad comercial. Cuando se suben los 8 pasajeros se activa la máquina de ozono, que es como una máquina de humo que desinfecta. Luego, se le sacan las fajas a los asientos para dar seguridad de que está sanitizado, y tras el despegue pueden pedir comida y bebida a elección.”
A veces vuelan familias enteras que pueden destinar, casi, el valor de un departamento a un viaje sanitario al país del libre mercado, que prohibió las exportaciones de vacunas y avanza de manera veloz en su vacunación. El resto de les mortales, en cambio, buscamos otras alternativas. El aparato que hizo sonar el piiiip de la radio es el último llamado de la moda en el mercado local del covid. Cuesta 20 mil pesos.
“Lo interesante hoy en ventas son los equipos de medición de dióxido de carbono. Así que los estamos fabricando acá. Atención: el sensor de CO2 no mide si el virus está en el aire, monitorea cómo está el aire en un determinado lugar y te avisa si estás respirando el aire de otra persona, digamos. Resuelve la permanencia en los ambientes que no se pueden ventilar.” Javier Viqueira es presidente de Adox, empresa líder en venta de equipamiento médico y desinfección hospitalaria. La planta de Adox está en obra: se viene una ampliación de 1800 metros cuadrados para el nuevo emprendimiento, la línea toallas húmedas en alcohol diseñadas luego de estudiar los cambios de hábitos de las personas, que llegan a un lugar y limpian mesa y todo lo que tienen por delante.
La mujer sale de la farmacia, esquiva la fila de personas que está en la vereda esperando su turno. Desde la caja se maneja el flujo de gente con un cartel que se pone en verde: “Pase” o rojo: “Espere”. Se maneja con control remoto a 10 metros de distancia. La cola llega hasta el puesto de diarios de la esquina. Un vecino se queja con el diariero: que en la farmacia hay mucha gente, que deberían poner tubos ultravioletas para desinfectar el aire cuando se van los pacientes, como hizo su odontólogo. Tiene razón: hoy, más que fregar superficies, para prevenir el contagio en ambientes cerrados se recomienda controlar la calidad del aire. Las longitudes de onda de la luz ultravioleta son germicidas, por eso se recomienda instalarlos dentro de los equipos de aire acondicionado. La popularización de este producto les permitió a muchas empresas reinventarse, como al Grupo Nabla, cuyo trabajo habitual se frenó en pandemia. “Evitan el síndrome del edificio enfermo”, explica Claudio Susic, de la firma.
La cuadra de la farmacia, ubicada en un barrio con una zona comercial histórica, es una muestra de la nueva normalidad. En la tienda de valijas ofrecen una promoción de cartucheras para guardar medicamentos. En el local de ropa, de los maniquíes cuelgan, ahora, cadenitas para sostener los barbijos (se venden en negro, naranja y rojo, en plata o bañado en oro, con distintos largos y grosores). También hay barbijos-antifaz infantiles (Mujer Maravilla, Batman, Capitán América, Iron Man y Hombre Araña) y Adentro, un “distanciador inteligente” suena si dos personas transgreden los dos metros de distancia recomendados. En la esquina, el cartel indica “indumentaria deportiva” pero en la vidriera solo hay pijamas de algodón. En un cuadrado de papel pegado con cinta indica en lapicera: “Me llamo Natalia, soy maestra jardinera y babysitter y me dedico al cuidado de niños”. Incluye un celular y una carita feliz escrita marcador rojo.
En la vereda frena un scooter. El conductor saca de la caja naranja tres cafés puros y dos bandejas con comida para entregar en la farmacia. Su caparazón portátil mantiene la temperatura debido a ese packaging blanco de poliestireno, técnicamente llamado en la industria como Isopor. Se trata del mismo material con el que se envasan las vacunas Sputnik V. En la empresa argentina que lo produce no hay sábados ni feriados. Oliver Maltz, tercera generación del Grupo Estisol, dice que para su familia es un “orgullo” poder ser parte de esta cadena.
Para darles seguridad a los clientes, los locales de venta a la calle se equiparon. Alfombras sanitizantes, tótems que escupen alcohol, barreras de acrílico en los mostradores, termómetros infrarrojos (que sorprenden a veces al medir una supuesta temperatura corporal de 33 grados). Una peluquería tiene grandes calcomanías que dicen “manos $230” y “brushing $300”. Pero un papel escrito en computadora aclara que los precios de la vidriera están suspendidos. Inflación mata ploteo pero no stickers. Las nuevas calcomanías de las vidrieras dicen: “Por favor use sanitizante de manos antes de entrar” o “Realizamos envíos y Take Away” (se venden por Mercado Libre a $200).
A la vida hay que hacerle el amor: quien busca “oxímetro” en Mercado Libre más abajo del resultado lee: “quienes compraron este producto también compraron un Estimulante Femenino marca Ultra Mujer, 4 cápsulas”. La venta de juguetes sexuales aumentó 200% en cuarentena. Es más: en Buenas tardes China, el programa de Radio con vos que se emite a las ¡6 am! todas las semanas se activa el concurso “Fife” que (en referencia al IFE) otorga un “un ingreso sexual de emergencia”. Lxs ganadorxs reciben $1.000 en una orden de compra en un sex shop.
“Nace una nueva estrella”, dice Gonzalo Sammartino, de la pyme Kasserine S.A., ubicada en San Martín, que realizan jabones y desde la gripe porcina, también alcohol. En el último año, la venta de alcohol trepó casi 100%. Pero no todos son agradables: ¿vieron los que se impregnan como una baba y tienen mal olor? Ocurre que son más baratos y no cuentan con carbopol, que es el insumo que le da la consistencia y que solo este año subió 25 por ciento. Por eso, el reinado del alcohol en gel estaría siendo destronado por el spray, cuya demanda crece 5% más por mes. Kasserine ya lo produce.
Un restaurante chino que vendía comida al peso tiene toda la fachada con grafitis y escombros dentro. Un obrero cuenta que están en obra. Muy pronto, un laboratorio. El banner “Hacemos testeos Covid” aparece en tres lugares de la misma manzana: en la entrada de un centro de kinesiología, en una base de ambulancias y en una veterinaria. El test rápido cuesta $3500. ¿Son confiables? Esto también enoja a Ucchino, del Colegio de Farmacéuticos y Bioquímicos. Sigue haciendo pedagogía: “Un test mal hecho en una persona contagiada puede ser un falso negativo de alguien que sigue contagiando, y los lugares no acceden al sistema de carga para que el Estado tenga las estadísticas reales y avance con el rastreo de contactos estrechos. Esos nuevos centros de testeos no están habilitados, no hay que acudir. Los que lucran con la salud pública son asesinos”.
Desembarcar en el mercado covid fue la salida de miles de pymes. Aprovecharon su unidad de negocio y buscaron relacionarla a la pandemia, como ocurrió con las textiles que hacen barbijos y camisolines o con las plásticas que realizan las vinchas que usan los docentes.
El Grupo Tek S.A., por ejemplo, aprovechó los conocimientos de sus viajes a China para desarrollar la primera máquina nacional de barbijos que realiza 45 por minuto de manera automática. “El industrial pyme tira el centro, va a cabecear y ataja los penales, y no le gusta que le digan que lo de afuera siempre es mejor”, dice Mariano Jimena, de la empresa.
Otro caso fue el de Hidrotor: de fabricar duchas escocesas para hoteles a realizar cabinas sanitizantes que te bañan con alcohol y que se usan en geriátricos, clínicas, fábricas, countrys y hasta en clubes de golf. El secreto fue adaptar la bomba rociadora. Sin embargo, la empresa no necesitó de este nuevo producto para sobrevivir. Especializada en la producción de saunas, mini piscinas e hidromasajes, entre octubre y noviembre de 2020 vendieron el equivalente a un año. No es para todes: un sauna cuesta $320 mil, una mini piscina de madera, $705 mil, o un hidromasaje de $399 mil. Se puede pagar hasta en 18 cuotas: quién sabe qué estará de moda en el Mercado Covid en el verano 2023. Igual, venden. “Llueve o truene, hay gente que es impermeable”, bromea Gastón Nuzzolese, de Hidrotor. Un nuevo jacuzzi en el baño le da otro gustito al quedarse en casa a pura espuma, jugar al dolce far niente y dejar el día a día de la curva afuera de la burbuja.