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LA EMOTIVA CARTA QUE ESCRIBIÓ UN INVESTIGADOR ANTES DE MORIR POR CORONAVIRUS

“Sólo quiero 30 segundos lúcidos. Para poder evocar a los que quise sin que llegue a atraparme la melancolía”, dice uno de los fragmentos del texto escrito por Hugo Míguez, quien falleció a sus 75 años tras pasar por la Terapia Intensiva del Hospital Italiano.

Hugo Míguez escribió una conmovedora carta a la que tituló "30 segundos" desde la "Cama 1216... zona de trinchera".

Hugo Míguez escribió una conmovedora carta a la que tituló “30 segundos” desde la “Cama 1216… zona de trinchera”.

En una carta escrita pocos minutos antes de ingresar a una sala de terapia intensiva, donde falleció a causa del coronavirus, el investigador Hugo Míguez hizo un relato estremecedor sobre esos últimos momentos, en los que pidió “30 segundos lúcidos” para “evocar” a los que quiso sin que llegara a atraparlo “la melancolía”.

Hugo Míguez, era investigador del Conicet y falleció por coronavirus el pasado 20 de abril, tras pasar por la Terapia Intensiva del Hospital Italiano, desde la “Cama 1216… zona de trinchera”, como relata en su texto, escribió una conmovedora carta a la que tituló “30 segundos”.

“Sólo quiero 30 segundos lúcidos. Para poder evocar a los que quise sin que llegue a atraparme la melancolía”, dice uno de los fragmentos de la carta escrita por el investigador de 75 años, graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Su recorrido académico también incluyó la Escuela de Psicología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica y el Doctorado en Psicología (Magna Cum Laude) de la Universidad de Palermo.

“Me iré bien. Este hospital y su gente estará también en esos 30 segundos”

Míguez, fue docente, investigador, y consultor de organismos nacionales e internacionales.

Tras retirarse, una década atrás, decidió seguir formándose, esta vez en teoría e historia del arte, en tanto, en sus dos últimos años de vida incursionó en la sociobiología.

“Busco dejar algo de lo aprendido en estos días de aislamiento, búsqueda de aire, revisión de sentido bajo la pandemia. Algo. Lo que pueda”, comienza el relato que describe cómo se sintió cuando, internado en el Hospital Italiano, vislumbró la posibilidad de que la enfermedad terminara con su vida.

En este sentido, continúa: “Mientras me enfermaba el Covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la mirada de estas gentes. Una cultura”.

“Busco dejar algo de lo aprendido en estos días de aislamiento. Algo. Lo que pueda”

“¿Qué significa descubrir una cultura en el Hospital Italiano en medio de un ataque como este?”, se pregunta el investigador a la vez que se responde “Mucho. Significa, contra lo que podría pensarse, que no es el resultado de muchísimas personas. Con roles marcados, tecnicaturas, profesiones, saberes, tecnologías, destrezas”.

“Es una matriz acogedora, extraordinariamente cálida y vivificante”, define el relato Míguez.

En tanto, advierte que “no es una nave científica que va a Marte. No. Esta va a la región más desolada de tu cerebro. Al caldo primordial de donde alguna vez nos arrastramos sin conciencia. Al lugar desde donde nos asusta el final del Covid llevándose nuestro aire”.

En su texto, cuenta que cayó desmayado “por la falta de aire y la desesperación”.

“Unas manitas de enfermera tiraban de mí, Bibi”, escribe y cuenta: “Braceando como pudo me alcanzó. Me abracé a ella y me di cuenta de que no estaba en un páramo sin vuelta atrás”.

“Mientras me enfermaba el Covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la mirada de estas gentes. Una cultura”

“Llegué dispuesto a evitar prolongaciones que arañen dos meses más de sobrevida a costa de desesperación. No rasguñar las piedras para mí. Bernardo y otros médicos me escucharon. Luego me pusieron una mano en el hombro y se hicieron cargo de mí. No tengo hermanos. Esto ha sido lo más próximo que he descubierto de esa relación. Me protegió. Llamó todos los días a mi hija que amo y la contuvo”, detalla en su escrito.

“Y de pronto… – continúa la carta- las manitas de Bibi, el desborde humanista y contenedor de Bernardo, la dulzura de la kinesióloga, la gente que te ayuda de todas las formas porque son una cultura que dice que sos valioso. Seguramente es cierto. Pero es porque te quieren desde lo más básicamente humano”.

Y, ante la incertidumbre sobre si podría vencer la enfermedad, manifiesta que desconocía cómo saldría de ese proceso pero que le preocupaba tanto: “Todavía no sé cómo saldré. Y no me preocupa tanto. Y dicho con humildad. En serio. Saldré con paz y con cariño. Está muy bien. Tengo 75 años. ¡Carpe diem para nosotros todavía!“.

La carta de despedida concluye con un párrafo que dedica al personal que lo asistió durante su internación: “Me iré bien. Este hospital y su gente estará también en esos 30 segundos. Gracias, gracias, gracias”.

“Llegué dispuesto a evitar prolongaciones que arañen dos meses más de sobrevida a costa de desesperación. No rasguñar las piedras para mí”

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