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La Trochita: Un viaje en el tiempo y el alma ferroviaria

En un rincón olvidado del sur argentino, donde la estepa patagónica se funde con el viento y el horizonte parece no tener fin, un tren centenario sigue desafiando el tiempo. Es La Trochita, el Viejo Expreso Patagónico, ese ícono de la historia ferroviaria nacional que se niega a ser parte del pasado.

Con sus vías angostas de apenas 75 centímetros —de ahí su apodo cariñoso—, La Trochita serpentea los paisajes de Chubut y Río Negro desde hace más de 100 años. Lo que comenzó como un ambicioso proyecto de integración territorial impulsado por el Ministro de Obras Públicas Ezequiel Ramos Mexía, en 1908, se transformó con el tiempo en un símbolo cultural que sobrevive gracias al esfuerzo de toda una comunidad.

Una epopeya sobre rieles

La historia del ramal entre Ingeniero Jacobacci (Río Negro) y Esquel (Chubut) es casi una gesta épica. El trazado de 402 kilómetros se construyó en su mayoría sin maquinaria, a pura fuerza humana. Más de 600 curvas fueron abiertas a pico, pala y explosivos, sorteando inviernos despiadados y veranos secos. Las locomotoras Henschel alemanas y Baldwin estadounidenses, junto con vagones belgas, comenzaron a rodar en los años 20, primero para el transporte de carga, y desde 1950 también para pasajeros.

Durante décadas, La Trochita fue la arteria vital para los pueblos del noroeste chubutense. Fue testigo silencioso de encuentros familiares, de vidas que se abrían paso entre montañas y estaciones perdidas, de historias cotidianas que hicieron del tren algo más que un medio de transporte: lo convirtieron en parte de la identidad regional.

De la clausura al renacimiento turístico

La modernización de las rutas y el crecimiento del transporte automotor fueron dejando al tren en un segundo plano. Finalmente, en 1993, el gobierno nacional decidió clausurar el ramal. Pero lejos de apagarse, La Trochita resurgió como un atractivo turístico inigualable.

Operado hoy por los gobiernos provinciales de Río Negro y Chubut, el tren sigue funcionando, aunque en tramos más cortos, ofreciendo una experiencia que combina historia viva y paisajes únicos. Viajar en La Trochita no es solo un paseo: es un salto al pasado, un recorrido nostálgico en una locomotora a vapor que parece salida de un museo, pero que aún respira y resopla como en sus mejores años.

Los guardianes del legado

Nada de esto sería posible sin sus verdaderos héroes: los trabajadores ferroviarios. En especial, el equipo de El Maitén, donde aún hoy se reparan piezas a mano, con herramientas originales y conocimientos que se transmiten de generación en generación.

Durante el apogeo del tren, más de 100 operarios trabajaban en estos talleres, muchos de ellos formados desde jóvenes bajo la mística de Ferrocarriles Argentinos. A día de hoy, este equipo sigue siendo una gran familia que cuida, mantiene y devuelve a la vida piezas que en cualquier otro lugar del mundo serían parte de una vitrina.

El Maitén no es solo una parada técnica: es el corazón palpitante de La Trochita. Un lugar donde la historia ferroviaria argentina se mantiene viva, engrasada y en marcha.

Un símbolo que sigue rodando

En tiempos de vértigo y tecnología, La Trochita nos recuerda la belleza de lo simple, la importancia del patrimonio y el valor del trabajo colectivo. Es mucho más que un tren turístico: es una leyenda con ruedas, un testimonio del esfuerzo humano y un viaje que, aunque parezca detenido en el tiempo, sigue avanzando firme sobre sus viejos rieles.

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